obra contemporánea

2022. óleo sobre tela. 150 cm diam.

 

Una canción del fin del mundo

Me atrae la belleza de la destrucción y el misterio positivo de la naturaleza que insiste  suave a pesar de la violencia del clima y del humano.

La hierba que se quema con las heladas y vuelve a crecer una vez que pasa el invierno, que se abre paso entre el asfalto y el incendio, como una canción optimista frente a la aridez y el abuso de la industria. 

Me atrae el fuego, intencional o no. El fuego que hace posible la vida a bajas temperaturas, que también hace peligrar las casillas de madera. 

Crecí mi primera infancia en una isla patagónica, llena de estepa seca, frío y viento. Vi las pequeñas flores que crecen en las rocas como un punto cúlmine en esa belleza de nubes y cielos que nunca descansan (reflejadas perfectamente en los charcos), observé a la gente yendo a trabajar y volviendo a su refugio con solo cuatro horas de luz cada día. Saliendo de la ciudad empieza el bosque, donde cae nieve, y esa magia de azúcar logra que el paisaje cambie y se vuelva monocromo, mientras el fuego adentro de las casas tiñe de rosa y naranja. Las mismas manos que acunan un bebé un rato antes despellejaron una gallina. 

Mi obra trata de ciclos de construcción y destrucción, hay caos, movimiento, líneas y canciones como aullidos de viento. Mi voz, también quiero que sea como el sonido ululando en las estufas de noche. Hay fuego y manos invisibles, que salvan y destruyen. Hay naturaleza abriéndose paso, creciendo suave en silencio, su fortaleza es la insistencia. 

Mi pincel y mi voz son un péndulo que se regodea en el contraste de lo bello y lo terrible.

                      

                                                                                                                                                              Marina Fages

EL HADA DEL AZUCAR

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2022. óleo sobre tela. 150 cm diam.

 

Una canción del fin del mundo

Me atrae la belleza de la destrucción y el misterio positivo de la naturaleza que insiste  suave a pesar de la violencia del clima y del humano.

La hierba que se quema con las heladas y vuelve a crecer una vez que pasa el invierno, que se abre paso entre el asfalto y el incendio, como una canción optimista frente a la aridez y el abuso de la industria. 

Me atrae el fuego, intencional o no. El fuego que hace posible la vida a bajas temperaturas, que también hace peligrar las casillas de madera. 

Crecí mi primera infancia en una isla patagónica, llena de estepa seca, frío y viento. Vi las pequeñas flores que crecen en las rocas como un punto cúlmine en esa belleza de nubes y cielos que nunca descansan (reflejadas perfectamente en los charcos), observé a la gente yendo a trabajar y volviendo a su refugio con solo cuatro horas de luz cada día. Saliendo de la ciudad empieza el bosque, donde cae nieve, y esa magia de azúcar logra que el paisaje cambie y se vuelva monocromo, mientras el fuego adentro de las casas tiñe de rosa y naranja. Las mismas manos que acunan un bebé un rato antes despellejaron una gallina. 

Mi obra trata de ciclos de construcción y destrucción, hay caos, movimiento, líneas y canciones como aullidos de viento. Mi voz, también quiero que sea como el sonido ululando en las estufas de noche. Hay fuego y manos invisibles, que salvan y destruyen. Hay naturaleza abriéndose paso, creciendo suave en silencio, su fortaleza es la insistencia. 

Mi pincel y mi voz son un péndulo que se regodea en el contraste de lo bello y lo terrible.

                      

                                                                                                                                                              Marina Fages